En el inicio del Siglo XIV, lo primero que los conquistadores presentaban a su regreso para su credibilidad y atracción de sus mecenas era lo más extraño, raro y por ello “exótico” que pudieran encontrar en las nuevas tierras exploradas, lo cual poco a poco condujo a la alta sociedad al deseo de posesión y después de presunción de este exotismo. Entre más se rompiera con lo europeo, es decir con lo cotidiano, tanto mejor.
Simultáneamente, el rápido e imprevisto avance del Islam fortalecido por las conquistas del Imperio Otomano dividió aún más al mundo en Oriente y Occidente, provocando una nueva era de exotismo “orientalista”.
Finalmente, durante el apogeo del colonialismo y con la apertura de la Ruta de la Seda desde la antigua Cathay, el placer por lo exótico se fue convirtiendo poco a poco en un gusto de clase cultivada que aderezó y animó lo local, hasta integrarlo en algo considerado perfectamente nacional.