Antiguamente, el arte inició, como comenzó el lenguaje, interactuando entre varios y trasmitiendo a los demás una sensación de pertenencia a un grupo. Cada grupo fue creando su propio estilo y gusto y así también nació la arquitectura. Seguramente, mientras los artistas en la antigüedad elaboraban exquisitas obras, las pláticas entre ellos eran exultantes. Un maestro, quizá pariente o vecino que logró los basamentos de una escuela cuyas obras trascendieron. Fueron talleres de naturaleza profundamente colectiva para hacer solamente piezas únicas e irrepetibles impregnadas de técnicas trasmitidas a través del tiempo entre generaciones.